Trasgos Imaginarios N Los Servicios


Lo peor de "Las Crónicas de Spiderwick" es lo mucho que me ha costado convencer a mi sobrino de 11 años para ir a verla. Él prefería meterse en la sala de "10.000" e incluso me preguntó si todavía estaban pasando la de Michael Myers. De modo que ahí estaba yo, con mis 32 años, intentando convencer a un chaval de 11 de que "Las Crónicas de Spiderwick" también es una película con bichos, sangre y acción (aunque supiese que era mentira). El trailer de su web oficial me ayudó a convencerlo (y la promesa de un buen cubo de palomitas y Coca-Cola aguada) y una hora y media después salimos encantados del cine, luchando contra trasgos imaginarios en los servicios, blandiendo el apellido Spiderwick y recordando entre risas los mejores y mas gloriosos momentos de Cerdonio, incluído su inesperado y desternillante final. Lamentablemente, muchos niños de once o doce años se la perderán. Se perderán también una buena manera de alimentar su imaginario infantil, minutos antes de convertirse en adolescentes desgarbados que añoren justamente esa infancia que dejaron pasar.

Y es que "Las Crónicas de Spiderwick" entraña, en su esforzada simplicidad, la esencia misma de la aventura, palabra que viene a definir lo que vivimos como infancia. La aventura asociada al misterio, a lo desconocido, a la confraternización, con el descubrimiento y sobre todo, al terror. La película utiliza su rico antecedente literario para robustecer su esqueleto fantástico, que si bien no es especialmente original (sobre todo después de haber viajado a la Tierra Media, haber descubierto Narnia o jugado al quiditch con Harry Potter) funciona endiabladamente bien a la hora de conjugarlo con su escenario real. Este es precisamente el mayor acierto de esta cuidadísima producción de Kathleen Kennedy, la noción de realidad que salpica todo el itenerario mágico de sus tres protagonistas. En este caso no hace falta viajar a mundos extraños, ajenos, lejanos (ya sea geográfica o temporalmente); lo extraordinario ocurre al lado de tu casa, en el patio de atrás, en el bosque camino a casa, en la cancha de baloncesto de tu instituto. Esa conjugación de lo que el espectador va a leer como ficción y como realidad vertebra la premisa de un juego de verdades fantásticas por el que pasan todos los personajes de la cinta y también el propio espectador.
No hay nada mejor que salir de una película, sea la que sea, y pensar que tu realidad, también puede estar salpicada por ella. De repente, andas de otro modo, gesticulas con otra gracia, miras con cuidado debajo de la cama, o recuentas con paciencia los botes de miel que tienes almacenados en el último mueble de la despensa, por si acaso. Eso es magia, y no tiene edad alguna.

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