La Paradoja Manderlay

Es muy difícil comenzar a comentar algo de "Manderlay" sin apelar al espíritu de Nicole Kidman, pero hacerlo sería injusto con una película tan buena como ésta. No lo hace tan bien Bryce Dallas Howard y podría entretenerme diciendo lo sosa y estirada que aparece en comparación a, pero tampoco lo voy a hacer. Abandonadas las cloacas morales de Dogville, el personaje de Grace recala en Manderlay, una plantación de algodón en el territorio racista de Alabama. El territorio visual nos es ya familiar: las marcas de tiza en el suelo, el sonido de las puertas invisibles, la luz artificial; como sus goteras. Algunos rostros también lo son, aunque ahora sus roles son otros de igual modo que algunos de estos ahora tienen caras y miradas distintas. Si "Dogville" supuso una ruptura formal de lo que hasta entonces entendíamos como narración cinematográfica, "Manderlay", es un desafío creativo de un valor excepcional. Lo es, en primer lugar, porque al ser hereditaria y continuación del primer capítulo ha de revalorizarse y ser capaz de provocar. Y en segundo lugar, lo es por su capacidad de conmoción como film independiente.

Lars Von Trier relata en "Manderlay" la atroz historia de un grupo de esclavos a principios del siglo XX. Lo son por voluntad propia y lo son con todas sus consecuencias: las vejaciones, los latigazos, la evidente falta de salario, el hambre y claro está, la libertad. La única vez que ejercieron su libertad fue cuando decidieron continuar siendo esclavos. A partir de esta demoledora y brutal paradoja, Von Trier construye la segunda parte de su trilogía sobre los Estados Unidos titulada "USA" en la que aborda con crudeza y bastante crueldad uno de los pilares de la sociedad americana, la libertad del individuo, evidenciando con su denuncia las cadenas que la intolerancia, el consumismo y también el analfabetismo cultural de sus habitantes les ponen los unos a los otros. Estados Unidos, como reflejo del mundo occidental, destapa también las cadenas a las que todos nos amarramos por conformismo, por cobardía o simplemente por miedo. El miedo que llevó a ese grupo de esclavos a reunciar a su libertad por temor a lo que pudiera venir. Frente a eso, poco puede hacer el personaje de Grace, confundida primero, esforzada después en hacerles comprender los beneficios de esa libertad a la que han renunciado y rendida finalmente ante los escandalosos descubrimientos que no revelaré en este post sin spoiler.

A la espera de lo que Grace pueda encontrar en "Washington", tercera y última parada de esta trilogía americana realizada por un hombre que nunca estuvo en América, "Manderlay" supone una interesante y provocativa ruptura dentro del estilo de la obra temática de la que forma parte, capaz de edificar paredes sobre la nada y ventanas desde las que contemplar aquello que nunca tendremos.

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