El Espíritu de las Navidades pasadas

Es algo contra lo que no se puede luchar: es Navidad. Me esfuerzo en ponerme en situación escuchando las canciones de Navidad de Frank Sinatra, mirando durante horas fijamente las luces de colores del árbol, buscando mi ángel sin alas, pero falta algo. Falta una nueva entrega de "El Señor de los Anillos", por ejemplo. Uno se acostumbra a todo, y durante tres años, como si de una improvisada tradición se tratara, Peter Jackson había dado el pistoletazo de salida; a las vacaciones, a la vuelta a casa, a la Navidad. Pero Frodo y la compañía ya cumplieron su misión, fueron felices en la medida que uno puede ser felíz después de tantas batallas y los más frívolos, se embarcaron en un eterno Vacaciones en el mar de Mas Allá. Intentando buscar un sustituto a las aventuras en Tierra Media, me he dejado convencer por la poco convicente campaña publicitaria de la adaptación al cine del musical "El Fantasma De La Ópera" y allí que me he metido. Lo he hecho conscientemente, para que conste. He esperado durante casi cinco canciones de Radio Futura el autobús. He pagado con carnet de estudiante mi entrada: 4,20. He esperado diez minutos de rigor y me he tragado los anuncios de telefonía móvil típicos de estas fechas. En la sala solo había dos personas más. Una pareja de íntimos amigos que parecían saberse de memoria todas las abobinables canciones de Andrew LLoyd Webber. En mi defensa, diré que hacía un día de perros y que no me apetecía ver la última película de Manuel Gómez Pereira, que eso siempre ayuda. Pero la verdad es la culpa de todo esto la tiene la Navidad. "Es Navidad en todas partes" canta Doris Day. Si no fuera por la Navidad y mi enfermiza obsesión por discernir el significado de la misma, yo me hubiera metido tranquilamente a ver "La Semilla de Chucky" o la última barbaridad perpetrada por Jerry Bruckheimer, pero no. Traicioné a Manu, en la cama con 39 de fiebre, y tuve los huevos de ver la que posiblemente sea la película mas mala de los últimos cinco, diez, quince años. Joel Schumacher no se ha roto mucho la cabeza a la hora de adaptar al celuloide el folletín de Broadway. Utiliza su misma iconografía y desperdicia el potencial de unos escenarios espectaculares que evidencian el cartón piedra y la caspa, pero espectaculares en definitiva. Lo peor sin embargo no es su plana puesta en escena, la debilidad de su tempo dramático o su desaforada obsesión por sembrarlo todo de púrpurina. No. Lo peor es el desatino total a la hora de elaborar un casting en leotardos. Ni Emmy Rossun levanta el ánimo del personal ni los dos pretendientes, el Fantasma desfigurado y el Caballero aristocrático transmiten algo parecido a una reacción química. Me quise salir a los quince minutos de película, pero me dió verguenza y me entretuve cabeceando, enviando SMS a todo aquel que mereciera compartir mi martirio y riéndome a conciencia en las secuencias más dramáticas. Pensándolo bien, a pesar de que Pierce Brosma, los anuncios de El Corte Inglés y el spam de mi correo electrónico no paren de recordarme que YA es Navidad, voy a olvidarme de todos ellos unos días. Todavía falta una semana para Navidad.

Comments

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