Woody y Allen

Estamos a la mesa de un restaurante del Village. Dos autores teatrales de éxito disertan sobre la condición humana. Uno defiende una visión trágica de la vida mientras que el otro reivindica la carcajada como terapia. Un tercero expone un plan. Él contará una historia y después, cada uno determinará si se trata de un drama o de una comedia. Algo mas o menos así nos propone Woody Allen con su nueva, magnífica, película "Melinda y Melinda". Tenemos un personaje, una situación comprometida (alguien que irrumpe violentamente en una cena) y las consecuencias que se desatan. A partir de aquí, Allen despliega un inaudito virtuosismo escénico que le ayuda a saltar del drama a la comedia con impecable soltura. "Melinda y Melinda" refleja a este respecto, la esencia alleniana por excelencia y recoge el testigo de sus mejores obras como puedan serlo "Hannah y sus Hermanas", "Delitos y Faltas" o el melodrama "September". Parece como si Allen quisiera recapitular y brindar una última reflexión sobre la vida de la ficción primero, y sobre el proceso creativo después. Uniendo de este modo, ficción, creación y realidad. Es tan reconfortante volver a encontrarse con un buen Woody Allen como babear ante un plato de deliciosas costillas a la miel del Kudan (guardando las distancias, claro). Allen parece haber superado al fin la crisis creativa que le había llevado a una serie de productos menores como "Granujas de Medio Pelo" o "Todo lo demás" en los que parecía auto-caricaturizarse como terapia a una situación personal harto complicada, y nos reencontramos con el autor que nos deslumbró con "Desmontando a Harry", "Días de Radio" o "La rosa púrpura del Cairo".

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