Espantatodo
Siempre quise tener una sobrina como la de Woody Allen en "Hannah y sus Hermanas". Precoz, capaz de reírse con los Hermanos Marx y analizar mis desórdenes amorosos a la salida del cine. Sin embargo he reconocer que he fracasado estrepitosamente. Mi sobrina, a la que adoro, tiene ahora 13 años y se ha convertido en un complicadísimo híbrido de hormonas que eclosionan ante la mirada perdida del primer adolescente que la haga sufrir. Con su hermano, de 8 años, todavía lo estoy intentando. Hace un par de días fuimos los dos juntos a ver "El Espantatiburones". Trato de hacerle partícipe de todo el ritual: que saque su propia entrada, se la entregue al revisor, compre sus palomitas y consiga emocionarse cuando las luces se apagan y comienza la proyección. Trato de que resulte algo misterioso y mantenga unas pizcas de magia. Con un crío de 8 años, todavía no es muy difícil. En este caso la película no ayudó mucho y aunque a la salida, cuando le pregunté que le había parecido él muy decidido dijo que estaba chula, la verdad es que no le escuché reirse durante toda la película. A mí, me pareció un soberano aburrimiento. Un producto vacío y moralista. Rápidamente comenzamos a hablar de otra cosa (de la nueva colección de juguetes de The Incredibles, la nueva apuesta de Pixar y Disney) mientras descubríamos que las escobas de juguete de Harry Potter en realidad no sirven para nada, ni tan siquiera para barrer. Cosas del cine. Por cierto, hoy, durante el almuerzo, mi sobrino me confesaba que ya sabía lo que quería ser de mayor: profesor de gimnasia y... director de cine (aunque luego enseguida rectificó y dijo que quería ser productor). Todavía hay esperanzas, Sr. Allen.
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