La Inutilidad (o la cordillera pirenaica)

Mientras veía hace un par de días la última película de Jonathan Demme, "El Mensajero del Miedo", me sorprendí a mí mismo tarareando una canción de Leonard Cohen (el corte tres de su último y espléndido trabajo, "Dear Heather") hacia la mitad de la proyección. ¿Por qué?. ¿Qué me estaba pasando?. Lo he estado pensando desde entonces y hoy, comentándoselo a Manu por el MSN he caído: me estaba aburriendo. Cuando estás aburrido haces cosas sin caer, estupideces, palabras sin sentido. Canturreas... y yo seguía enganchado a la canción de Leonard Cohen. La pregunta que me hago ahora indaga en el origen del aburrimiento. El aburrimiento aparece en los tiempos muertos, en los discursos de los políticos, cuando no entiendes el idioma de tu oponente, cuando escuchas a Ryuichi Sakamoto o lees a Perez Reverte. Deviene de una situación que te produce somnolencia y de un resultado comprado. En el caso de "El Mensajero del Miedo" es como ver un Real Madrid-Barça sabiendo el resultado por anticipado. Carente de emoción y hecho trizas el suspense (ya sabes que Figo no va a fallar ese penalti), Jonathan Demme se esfuerza mas en el aparato circense que en la trama, de la que toca puntos insustanciales que nada ofrecen de nuevo porque en esencia el discurso sigue siendo el mismo que el orginal del que procede. Cuando Gus Van Sant reinterpreta el "Psicosis" de Alfred Hitchcock lo hace a sabiendas de que no tiene que actualizar su discurso. "Psycho" se convierte de este modo en una reinterpretación que utiliza el original (idéntico guionista, planos idénticos) para construir algo completamente nuevo, donde saber que Figo va a meter ese penalti se convierte en un aliciente, no en un reproche. "El Mensajero del Miedo" se nos ha vendido como una puesta a punto del orginal de Frankenheimer (que estaba centrado en la guerra de Corea y el lavado de cerebro, actualizado para la ocasión en la campaña del Golfo y la presencia de las multinacionales en la política) en pleno año de elecciones estadounidenses, cuando las conspiraciones que descubre y las campañas que desmonta son las mismas, calcos, del clásico de Sinatra. No es todo esto una exaltación de lo intocable del arte, de las excelencias del original. Para nada. Es una reflexión sobre la inutilidad del último cine estadounidense, empeñado en repetir fórmulas, sin aportar nuevos rasgos de identidad. Como esos viejos calcos con los que dibujábamos la cordillera pirenaica o la isla de Cerdeña.

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