La Momia A Baja Resolución
"Ya están aquí otra vez" - Lo dice un atribulado Brenda Fraser que en "La Momia: La Tumba del Emperador Dragón" se calza otra vez la piel del aventurero, espia y arqueólogo fortuito Rick O'Connell. Es el arte del "chascarrillo" como apuntaba Irra después de ver el trailer: "Las momias nunca juegan limpio". Después de dos secuelas y un spin-off , los argumentos tienden a escasear y aunque todavía hay tesoros que saquear, a los personajes solo les quedan dos opciones, o aceptar su expediente de regulación de empleo o la autoparodia. En el caso de "La Momia", como también lo ha sido en la nueva entrega de Indiana Jones, han optado por el segundo de los argumentos. Así las cosas, el matrimonio O'Connell se nos presenta acomodado en un villorio victoriano en la Inglaterra post II Guerra Mundial, sumergidos en la rutina que tanto añoraban cuando recorrían el mundo despertando momias y posteriormente aniquilándolas. Tienen un hijo ya crecidito que escribe muy de vez en cuando y siempre para pedir dinero. Los revolcones escasean y la mayor aventura a la que Rick se ha enfrentado en los últimos años es a las truchas del río a las que dispara, incapaz de aprender el complicado arte de la pesca.
Hechas las presentaciones, resueltas con cierto tino pero carentes de chispa (entre otras cosas porque la química entre Fraser y Maria Bello es raquítica), este tercer capítulo cumple a raja tabla los precedentes argumentales, a saber: descubrimiento, resurrección, enfrentamiento y el happy end (y no hace falta alertar sobre este spoiler). El problema es la calidad del calco. Hollywood se ha convertido en una suerte de fotocopiadora de géneros que debilitan a cada nueva impresión la resolución de la imagen. En "La Momia: La Tumba del Emperador Dragón" todo apesta a refrito; los chistes sobre momias, cada uno de los paisajes, aventuras y desenlaces. Convencidos de que trasladar la acción a China era atractivo suficiente, la trama se esquematiza hasta el aburrimiento, mientras que el relato paterno filial se antoja tan insulso como reconciliador. No es de extrañar que Rachel Weisz se espantara del proyecto al ver como la convertían en madre de un adolescente con las hormonas mas o menos desatadas (mas menos que mas, que lo que importante niños y niñas no es meterla, si no el amor verdadero).
Vale, tengo que reconocer que el acento asiático enriquece en colorido y cartón piedra la aventura. También el catálogo de monstruos. Puestos a rizar el rizo y una vez asumida la inverosimilitud como narrativa, acepto divertido la presencia de dragones, abobinables hombres de las nieves y guerreros de terra-cota (además del no sé si premeditado o involutario homenaje a Harryhaussen). También quedo aturdido por el malabarismo escénico. Acepto la inmolación como parte fundamental de la inventiva. Por eso no busco el gazapo como crítica (ni tampoco como hobby) y valoro la falta de prejuicios de los guionistas para jugar con el suceso histórico y los mitos. Como los de la fuente de la eterna juventud, Shangri-La y la construcción de la Muralla China. Pero, lo que definitivamente no me convence es el chascarrillo. Otra vez. Los interludios cómicos en los intermedios. La desesperada necesidad por ser un producto familiar etiquetado, resuelto y vendido para todos los públicos y la consecuente ausencia de malicia, la planicie existencial.
Hechas las presentaciones, resueltas con cierto tino pero carentes de chispa (entre otras cosas porque la química entre Fraser y Maria Bello es raquítica), este tercer capítulo cumple a raja tabla los precedentes argumentales, a saber: descubrimiento, resurrección, enfrentamiento y el happy end (y no hace falta alertar sobre este spoiler). El problema es la calidad del calco. Hollywood se ha convertido en una suerte de fotocopiadora de géneros que debilitan a cada nueva impresión la resolución de la imagen. En "La Momia: La Tumba del Emperador Dragón" todo apesta a refrito; los chistes sobre momias, cada uno de los paisajes, aventuras y desenlaces. Convencidos de que trasladar la acción a China era atractivo suficiente, la trama se esquematiza hasta el aburrimiento, mientras que el relato paterno filial se antoja tan insulso como reconciliador. No es de extrañar que Rachel Weisz se espantara del proyecto al ver como la convertían en madre de un adolescente con las hormonas mas o menos desatadas (mas menos que mas, que lo que importante niños y niñas no es meterla, si no el amor verdadero).
Vale, tengo que reconocer que el acento asiático enriquece en colorido y cartón piedra la aventura. También el catálogo de monstruos. Puestos a rizar el rizo y una vez asumida la inverosimilitud como narrativa, acepto divertido la presencia de dragones, abobinables hombres de las nieves y guerreros de terra-cota (además del no sé si premeditado o involutario homenaje a Harryhaussen). También quedo aturdido por el malabarismo escénico. Acepto la inmolación como parte fundamental de la inventiva. Por eso no busco el gazapo como crítica (ni tampoco como hobby) y valoro la falta de prejuicios de los guionistas para jugar con el suceso histórico y los mitos. Como los de la fuente de la eterna juventud, Shangri-La y la construcción de la Muralla China. Pero, lo que definitivamente no me convence es el chascarrillo. Otra vez. Los interludios cómicos en los intermedios. La desesperada necesidad por ser un producto familiar etiquetado, resuelto y vendido para todos los públicos y la consecuente ausencia de malicia, la planicie existencial.
Alex dice: "Papá has resucitado a una momia... otra vez". Suenan risas enlatadas.
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