Eastwood Se Enfrenta A La Muerte
Supongo que cada persona, independientemente de su edad, estatus social o credo religioso se enfrenta en un momento determinado de nuestras vidas a la noción de la muerte. Llegar a aceptar el concepto de lo irremediable nos convierte de algún modo en muertos vivientes. Estamo vivos, si, pero la certeza de que vamos a morir (y además en un plazo de tiempo no demasiado largo según la esperanza de vida del trozo de planeta que te ha tocado vivir) nos transforma en una especie de cadáveres exquisitos con raciocicinio y cierta voluntad. Clint Eastwood, a sus setenta y pico años, se enfrenta a la muerte, la mira frente a frente desde las cuevas que cavaron los soldados japoneses de Iwo Jima y la reconoce. "Cartas Desde Iwo Jima" parte de la necesidad de un autor como Eastwood que en pleno fragor de la batalla, durante el rodaje de "Banderas de Nuestros Padres", se plantea la necesidad de completar su relato con lo que pudo haber sucedido al otro lado de las trincheras. En toda historia hay un elemento supeditado al suspense que nos hace preguntarnos por lo que esta sucediendo fuera del campo de la pantalla. Eastwood querido ante todo ser honesto a la hora de recrear los hechos históricos, pero su mirada de narrador no puede impedir el acercamiento dramático hacia unas trincheras que no entiende, pero a las que se acerca con respeto y profundidad. De este modo, mientras rodaba el desembarco estadounidense en Iwo Jima, se fueron fraguando las distintas cartas que componen el eje dramático y el retrato humano del enemigo.
En "Cartas desde Iwo Jima" las nociones de heroismo que construían el vértice central de "Banderas de Nuestros Padres" son sustituidas por la imposición de lo que el ejército japonés entiende por honor. Si en la primera parte del díptico Eastwood denunciaba la manipulación de los medios, el ejército y el propio gobierno americano sobre la figura del "Héroe", en su réplica en japonés, desmitifica los códigos de guerra del ejército nipón enfrentándolos a las miradas limpias y asustadas de un puñado de soldados condenados a una muerte segura en las arena negras de Iwo Jima. La narración, de corte epistolar con la particularidad de que son cartas que nunca fueron enviadas ni por lo tanto, leíadas por sus destinatairos (esposas, hijos, madres), posibilita a Eastwood la coartada dramática con la que adentrarse en los recovecos mas íntimos de unos personajes que se rigen por una serie de códigos de conducta que los condenan a morir de inanición o acribillados a balazos en el mejor de los casos. Y vuelvo ahora a la certeza de la muerte.
La proximidad de la muerte, la absoluta certeza de que esta se cierne, se arrastra por cada recoveco de la isla, contamina cada gota de agua, marchita cada brizna de hierba da a la historia una especie de desaliento vital realmente aterrador que por momentos, gracias a la excelente fotografía de Tom Stern y la austera puesta en escena de Eastwood, roza lo claustrofóbico. Puedes sentirlo en la impotencia de los oficiales, regidos por códigos de honor obsoletos, en las mirada de cada soldado, en el cadáver agonizante de un formidable caballo, en el pañuelo blanco del desertor, en las mentiras que te quieres creer. A diferencia de "Banderas de Nuestras Padres" esta segunda entrega aparece mas centrada en el componente dramático y personal de sus protagonitas que en la gesta bélica y sus repercusiones sociales. Encerrados entre los túneles, suerte de catatacumbas o simples tumbas, los soldados japoneses que resisten en Iwo Jima viven la guerra como esa amenaza constante pero certera, de una muerte inevitable; tiñéndolo todo de un fatalismo que no por ello aniquila las nociones de esperanza, redención, descubrimiento y regreso. Eastwood alecciona sobre lo absurdo de la contienda y lo monstruoso de su ejecución. La batalla de Iwo Jima se antoja, después de aproximarse a las vidas y los recuerdos de sus soldados, mas brutal, incontrolable e incomprensible que nunca.
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