Jean-Baptiste Grenouille y Su Rosebaud

A Manu, que no se ha leído la novela, "El Perfume: Historia de un asesino" le parece una película rara. Sin haber indagado en el porqué de su calificativo, intuyo que al utilizar esa palabra, "rara", se refiere a su orgiástico final. Y es que claro, para todos los profanos que hayan prescindido de la portentosa narración de Patrick Suskind ha de ser difícil enfrentarse a la historia de Jean-Baptiste Grenouille.


Si para Suskind no supuso ningún problema transmitir a sus lectores la fragancia de su novela, a Tom Tykwer tampoco debería haberle importado en demasía el vehículo a través del cual pudiera transmitir a los espectadores el particular universo de olores en el que vive sumergido su protagonista. Particularmente conseguida aunque carente de ingenio es la secuencia del alumbramiento de Grenouille. Tykwer se esfuerza en mostrarnos el repulsivo hedor que desprenden los pescados descabezados, las defecaciones de ratas, borrachos y perros y la mercancia en general del mercado en que da a luz su madre. Lo hace a través de un montaje sincopado de insertos y primeros planos realmente agresivos parelelos al nacimiento. A partir de ese momento, los recursos que Tykwer utiliza para remitirnos al sentido del olfato se limitan a acercar la lente de su objetivo a la nariz de su actor protagonista y a jugar con el croma en la ridícula secuencia en la que el famoso perfumista en decadencia Giussepe Baldini vislumbra por primera vez el genio del joven Grenouille.
Pero pongámonos en antecedentes. Lo que viene a continuación podría tener spoiler, no lo sé aún. Jean-Baptiste nace en la trastienda de un puesto de pescado en el mercado del París del siglo XVIII. Contra todo pronóstico, el crio sobrevive y se aferra a la vida. Criado en un orfanato, esclavo de una tintorera y finalmente aprendiz de perfumista, Jean-Baptiste dotado desde su alumbramiento de un olfato único rastreará las huellas de su propia identidad en los olores de todo aquello que le rodea para darse cuenta de que entre todos ellos echa en falta la mas importante de las esencias, la suya propia. Embarcado en la misión de descubrir su propia esencia, Jean-Baptiste se sumergirá en una espiral de descubrimientos que le obsesionarán con la idea de captar la esencia inmarchitable de las cosas. La esencia de una flor, de un trozo de madera, de un amanecer, de una persona.



El subtítulo de la película lo deja bastante claro: "Historia de un asesino". Sin embargo, lo que menos importa en una historia como la de "El Perfume" es la subtrama de intriga y que desafortunadamente ha sido la elegida por Tykwer y sus guionistas para desarrollar en su versión cinematográfica. Lo que en la novela de Suskind es la búsqueda de Grenouille de aquello que nunca podrá tener (a este respecto, la fragancia de la primera mujer a la que quita la vida es ese Rosebaud imposible que siempre perseguirá en todas y cada una de sus víctimas posteriores), en la adaptación de Tykwer es una sucesión de asesinatos resueltos de un modo mas o menos estético, producto de una mente enfermiza a la que nunca somos capaces de asomarmos como espectadores, por la sencilla razón de que toda la personalidad del protagonista esta barnizada de un increíble extrañamiento. Imposible de este modo, poder llegar a comprender la catarsis final en la que Grenouille, dueño de esa fórmula mágica que acciona los resortes del deseo, la necesidad y el amor en el hombre mundano, somete al mundo a sus pies. Imposible comprender los mecanismos que le llevan a ese portal miserable donde vino a nacer, y donde llega para morir y eternizar su recuerdo en cada una de las personas que participan de su propia fagocitosis.


Yo, que nunca he sido un purista sobre adaptaciones y originales, no puedo obviar la triste trivialización en la que ha caído una novela de las dimensiones de la obra de Patrick Suskind, suerte de cabecera imprescindible de la edad de los descubrimientos.

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