Con Vistas A La Zona Cero

John Cameron Mitchell no te quiere poner las cosas fáciles. Te pone sobre aviso a los tres minutos de película. En esta película, si te quedas a verla entera, te van a dar por todos lados. Unos instantes después James, uno de los protagonistas, después de haberse esforzado y después de haber desafiado las leyes de la gravedad consigue hacerse una auto-felación que culmina en una eyaculación que le baña rostro, labios y algo de cabello. Ya lo sabes. Estas avisado. Ver una película como "Shortbus" te va a exigir una garganta cualificada.


Cada una de las historias que se entrecruzan entre los muros del Shortbus, suerte de demiurgo del nuevo milenio donde cada uno de los protagonistas alcanza su particular redención de muy distintos modos, esta localizada entre las avenidas, parques y cuartos oscuros de un Nueva York a escala presidido por la omnipresente presencia de la Estatua de la Libertad, símbolo inequívoco de la película. Mitchell parece mas interesado en la realidad de sus protagonistas (llegando a ellos a través de actores no profesionales, improvisando el guión sobre la marcha y utilizando el sexo explícito en pantalla como último resquicio de verdad dentro de un arte como es el mundo del cine, gobernado por la impostura y la mentira), que en mostrar un mundo real. Quizás por eso su Nueva York es una maqueta hecha a la medida de sus necesidades, por la que pasea su cámara con una improvisada poética, colándose sin pudor en las recámaras privadas de cada uno de sus personajes.

El cuadro de protagonistas es de lo mas variopinto: una terapetua sexual incapaz de alcanzar el orgasmo, una dominatrix lesbiana que solo consigue excitarse consigo misma, una pareja homosexual aparentemente perfecta que introduce a un tercero en sus relaciones sexuales y así hasta completar el poco heterodoxo grupo de asiduos al Shortbus. Entre sus muros, además de prácticar sexo sin ningún tipo de prejuicios y a todas horas, tambíén se habla del SIDA, de las secuelas del 11S y de la necesidad que aquellos atentados crearon en toda una generación de unidad. No ante el terrorismo en una especie de cruzada mundial, no. Unidad en el sentido de fraternidad. Yo también estuve allí. Sentí lo que tú y por eso estamos ahora y aquí, los dos juntos. El fantasma del conservadurismo sobrevuela de lejos los muros del Shortbus e incluso en un momento determinado, una de las protagonistas, mientras se prepara para una sesión de sado con una especie de polla gigante de color rojo, mira por la ventana del apartamento hacia el vacio inmenso y sordo de la zona cero y se rie. Una risa descarada, pero también huérfana y definivamente desorientada. No me preguntes porque la escuché así.



A pesar de los esfuerzos de Cameron Mitchell por acercarse a los preceptos warholianos con los que se fundó la Factory en los prehistóricos sesenta (en tanto a provocación, erecciones y orgía se refiere), "Shortbus" se interpreta mas bien como un intento de huida de eso mismo. Mitchell no evoca con nostalgia los sesenta de Andy Warhol, lo hace con cierto afán de disección con la sana intención de sobrevivir a su influencia y gracias a un inteligente (aunque no del todo conseguido) ejercicio de libertad creativa provocada por la ausencia de guión y el trabajo con actores no profesionales, lo consigue.



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